miércoles, 2 de julio de 2014

Las dos víctimas del evento adverso

Hoy visita este muro dedicado a la seguridad del paciente el Profesor Rafael Pacheco Guevara, médico lorquino, especialista en Medicina Legal y responsable de la Unidad de Medicina legal y Ética Médica del hospital Reina Sofía en Murcia. 

Profesor asociado en la Universidad de Murcia y en la UCAM, experto en derecho sanitario, medicina legal y ética médica, me confiere un enorme honor el que quiera compartir con vosotros sus reflexiones sobre las diferentes víctimas de los errores médicos. Rafa es ante todo un buen amigo, médico humanista con tremendo sentido común muy necesario para saber dimensionar las cosas de la salud en su justa medida. 

Autor de numerosos artículos científicos, conocedor del mundo de la gestión sanitaria, ha escrito recientemente un libro titulado "Trato y tratamiento", claves para una medicina de calidad: Científica, humanizada y SOStenible" cuya lectura recomiendo (aquí lo tienen). El libro es producto de una selección de sus artículos en el blog que hasta muy recientemente ha mantenido en activo Ética y estética médicas y del que espero una pronta reactivación por cuanto de  conocimiento y sabiduría emanaba de él. 

Rafa, gracias por tu gentileza. 


La asistencia sanitaria es muy compleja, por lo que la posibilidad de error nunca está absolutamente descartada.

Desde mi perspectiva específica, la del profesional dedicado a la medicina legal y a la bioética, adquiere una especial relevancia el estudio de las connotaciones éticas y jurídicas del evento adverso.

Acaecido el hecho, no sólo resulta perjudicado el paciente, también lo es el actor sanitario que pudo haber obrado de manera incorrecta, si se acumularon una serie de circunstancias. Todas ellas deberán ser exhaustivamente analizadas con posterioridad.

Cuando lo que se realiza tiene una gran trascendencia para el interés de las personas, tal como sucede con la atención sanitaria, el concepto “calidad”, lejos de ser un atributo apreciable pero complementario, adquiere carácter de imperativo ético.

La responsabilidad y la autocrítica son inherentes a nuestro ejercicio profesional, por lo que, conocedor de su equivocación, quien erró, generando, o no evitando a tiempo, un perjuicio para el enfermo, experimenta una profunda preocupación y una importante sensación de fracaso, lo que le sitúa, de inmediato, en un lugar semejante al del paciente, compartiendo con él, aunque no el daño, sí la congoja por lo acontecido y la incertidumbre respecto a sus consecuencias. 

Siendo esto así, podemos hablar con propiedad de una segunda víctima: los facultativos o enfermeras que cometen un error, con negativa repercusión para un enfermo, adquieren igualmente la condición de víctimas de ese suceso.

Con independencia del temor natural al desprestigio, a la probable reclamación administrativa o, peor aún, a la demanda judicial, el que se tiene a sí mismo por serio y riguroso, padece el malestar inherente al conocimiento de haber actuado incorrectamente, experimentando una importante merma en su autoestima y temiendo la crítica y el rechazo de los compañeros de trabajo, los afectados y sus familiares.

Situación humana ésta que no exime de la obligación deontológica y legal de informar inmediatamente sobre lo acaecido y sobre las circunstancias que lo motivaron o facilitaron, con vistas a un posterior, e inexcusable, estudio, para evitar la repetición.

Desde un enfoque estrictamente moral, no hay otro camino que el de la comunicación de los hechos a los compañeros de profesión y, en el momento oportuno, también al paciente perjudicado (lesionado) o a sus familiares, si el enfermo ha fallecido.

Todo el mundo entiende que errar es humano, aceptando mejor el honesto reconocimiento y la disculpa sincera, que el ocultamiento, la mentira y la falsedad al informar.

No explicar lo sucedido con veracidad, constituye una falta de respeto y justifica el malestar y el recelo de pacientes y allegados.

Es fundamental saber que el peor de los secretos compartidos es el que oculta o enmascara un hecho objetivo, aunque sea negativo, lamentable e incómodo.

Se nos demanda coraje y honradez para ser capaces de afrontar nuestras equivocaciones, con el talante apropiado y con compromiso de mejora.

Tergiversar o alterar lo anotado en la historia clínica, además de ser delictivo, suele acabar como prueba objetiva en contra del propio médico.

Sólo detectando, aceptando, documentando, comunicando, compartiendo, pidiendo perdón, diseccionando las causas de lo sucedido e implantando estrategias de mejora, dispondremos de las herramientas precisas para mitigar el sentimiento de culpa y el miedo a las consecuencias. 

Los tribunales de justicia no exigen la perfección, pero si el interés mantenido, el respeto a la verdad y la corrección de los errores, inmediatamente después de su detección, sin manipulación.

El desarrollo de la ciencia y la tecnología nos pueden hacer creer que somos infalibles, por lo que es imprescindible el aprendizaje de buenas prácticas, que nos permitan trabajar con cultura de seguridad.

Hay que cuidar a los cuidadores y formarles en comunicación y responsabilidad ante los riesgos del paciente, para que sean capaces de informar de los errores, analizarlos y facilitar la adopción de medidas correctoras, que impidan la repetición del evento adverso.

El propio enfermo y su familia suelen disculpar lo padecido, cuando el error en el tratamiento es compensado con un sincero, honesto y correcto trato.

Sabido es que la incertidumbre siempre gravita alrededor de la asistencia sanitaria. Aceptado esto, se consideran imprescindibles las actuaciones preventivas y reparadoras, conducentes al logro de la excelencia, nunca alcanzable al cien por cien, lo que sería, en el ámbito que nos ocupa, la total garantía del riesgo cero.




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