Se viene escribiendo con cierta frecuencia en los últimos tiempos sobre el silencio y la escasa transparencia existente en el ámbito de los errores médicos, cuestión ésta que comparto con determinadas apreciaciones. Que nuestro sistema de salud (y el de otros países) es opaco en su estructura y funcionamiento resulta muy veraz y evidente; muy pocos conocen su maquinaria interna y, mucho menos, la exteriorización de determinadas pautas de vital importancia para los ciudadanos. Es muy difícil o imposible conocer los indicadores de calidad, en general de un centro sanitario, sea hospital o centro de salud; muchos menos visibles son las tasas de mortalidad de un Servicio, de una determinada intervención quirúrgica, los éxitos esperables de un tratamiento farmacológico, los indicadores de incidentes con o sin daño ocurridos, y un largo etcétera que todos los interesados en la seguridad de los pacientes, tenemos muy presente. Es impensable, hoy en día, osar preguntar a un facultativo por su experiencia previa o su pericia en el tratamiento que va a abordar, si existen mejores especialistas que él para esa terapia u otros centros podrían acometer con mayor garantía de éxito los resultados favorables que espera como respuesta a su relación con el servicio sanitario que se trate. Y en el improbable caso de que obtenga respuesta, el resultado es el mismo; no existe posibilidad de libre elección de centro, servicio médico o especialista en nuestro sistema de salud público (tampoco es fácil conseguir esos derechos en los sistemas de salud gestionados por compañías de aseguramiento). Y sin embargo, es conocido entre los profesionales sanitarios de un centro sanitario los errores que se han cometido en el mismo, tanto en el marco de su especialidad como en el de otras. Y si me apuras, conocen igualmente los errores groseros que hayan cometido profesionales de otros centros porque los mismos han tenido resonancia. Ese tácito pacto de silencio cara al exterior es una constante en nuestro sistema sanitario. Entre nosotros es relativamente frecuente que hablemos de estas custiones, que acusemos a algunos compañeros sobre sus malas prácticas, los errores que han cometido con todo tipo de detalles y nuestra sorpresa de que nadie con capacidad directiva haya actuado en consonancia a la gravedad de los daños cometidos y actúe para que no siga perjudicando a otros pacientes. Conocemos perfectamente cuáles son los servicios clínico o quirúrgicos que funcionan bien, cuáles de manera regular y qué compañeros, de manera sistemática, cometen errores en el ejercicio de su profesión. Recientemente The New England Journal of Medicine, en octubre de este año, publica el artículo Talking with Patients about Other Clinicians´Errors en el que se señala que es una tónica generalizada el no hablar con los pacientes sobre los errores cometidos por los demás; por tanto, una tremenda indulgencia que no beneficia a los pacientes a los que tratamos ni se sabe muy bien a quién puede favorecer esta política del avestruz. En todo caso, y como siempre, volvemos al tema principal repetitivo en cuestión de seguridad de los pacientes; falta cultura, saber qué hacer en determinadas situaciones, qué comunicar a nuestro paciente en caso de detectar que otro compañero ha cometido un error en la atención sanitaria que le prestó. Como siempre, si no sabemos cómo actuar, quedamos quietos y perpetuamos el problema. Y si ya resulta difícil en nuestro ambiente de trabajo reconocer con franqueza que nos hemos equivocado, autoinculparnos, cuanto más lo es "acusar" a un compañero de un error. ¿Y hablar con franqueza con el compañero? No suele ocurrir y no se hace por miedo a no saber cómo va a reaccionar tu colega de profesión. El principal temor que subyace es el de activar una reclamación o dar pie a la misma contra un compañero; ¿lo voy a perjudicar? Mejor me callo y espero a que pase este episodio y se resuelva de la mejor manera posible. Estamos lejos de alcanzar el paradigma de la existencia de un enfoque conjunto del error para poder informar de forma transparente al paciente y de esta forma satisfacer sus expectativas y necesidades de atención tras la comisión de esos errores asistenciales.
Sin embargo, es paradójico que el conflicto entre profesionales se dé con mucha frecuencia. Así no es difícil que algún paciente te relate una experiencia parecida a ésta:
- Lo siento, su familiar ha fallecido,
- Pero, ¿por qué, doctor?
- Un infarto de miocardio; hemos hecho lo posible pero... si lo hubiesen diagnosticado antes y trasladado al hospital, hubiésemos podido salvarlo. Pero en estas condiciones ha sido imposible...
Este diálogo o cualquier parecido deja a los "pies de los caballos" al profesional de atención primaria o al facultativo que estuviese tratando a ese paciente que ha muerto. En estas circunstancias, no tenemos ningún pudor en señalar con el dedo acusador a otro compañero al que ni siquiera conocemos, ni sabemos las circunstancias de tiempo y lugar en la que ha tenido que desarrollar su actividad. Estos conflictos indirectos entre profesionales sanitarios se dan con demasiada frecuencia y se convierten en caldo de cultivo para reclamaciones y demandas. A pesar de que existen códigos deontológicos que debieran resolver, en su seno, estos choques entre pares, sin embargo no lo consiguen y esas tensiones transcienden el ámbito asistencial.
Y en estas circunstancias es cuando hay que guardar silencio, ser prudente, callar nuestras propias opiniones sobre los hechos, reconocer que estas pueden estar muy sesgadas por desconocimiento de lo ocurrido con anterioridad, evitar las críticas innecesarias y sobre todo, no tratar de culpar a otros del escaso éxito de nuestra actividad puntual.
Siempre lo expreso en mis conferencias: tras un demanda contra un profesional suele haber un abogado pero, siempre, el consejo o la recomendación de un colega.
Estas conductas y déficit de profesionalidad comprometen seriamente la seguridad de los pacientes y la confianza de los mismos en el sistema. Las mismas pueden verse agravadas por un sistema inflexible, muy burocratizado con un rígido escalado jerárquico.
Ni uno ni lo otro; probablemente encontremos el camino adecuado en el diálogo, en la confianza, en el trabajo en equipo, volviendo a reputar la denostada profesión sanitaria para que vuelva a ganar o aumentar la confianza de la sociedad en ella. Y eso lo conseguiremos desterrando desacreditaciones de compañeros mediante comentarios inapropiados, descargas emocionales indebidas y a destiempo, rivalidades no justificadas, no solo entre colegas de profesión o de centro sanitario, sino que a veces, como hemos visto, dirigidas a los pacientes trasladándoles estos conflictos. Y claro, el contaataque es inmediato por parte del profesional agredido.
Una adecuada relación entre profesionales y una correcta comunicación se hace necesaria para garantizar la seguridad de los pacientes y una praxis de calidad . Aunque haya que retomar el juramento hipocrático en su literalidad: "consideraré a mis colegas como mis propios hermanos y no formularé a la ligera juicios contra ellos que pudieran lesionar su honorabilidad y prestigio".
Sigamos caminando hacia una nueva forma de hacer las cosas en el marco de esta disciplina emergente denominada seguridad del paciente que da mucha importancia a ir más allá de la culpa y del culpable, tanto de la organización como en la dimensión personal del error, manteniendo la responsabilidad e integridad en las interacciones entre profesionales (comunicación) como con los pacientes y sus familiares que han sufrido efectos adversos evitables o no, sobre lo que ya hemos escrito con reiteración en este cuaderno y seguiremos haciéndolo.
Un post cargado de razón!!! Tenemos que aprender poco a poco...
ResponderEliminarMuchas gracias. Un cordial saludo
ResponderEliminarMuy buenas y veraces reflexiones. Genial como siempre.
ResponderEliminar😄😄😄gracias
ResponderEliminarMuy de acuerdo en tus reflexiones. Queda mucho camino por recorrer, pero teniéndolo claro estamos un poco más cerca. Un saludo.
ResponderEliminar