sábado, 19 de octubre de 2013

Tecnolatría

Término ampliamente utilizado en la ciencia de la administración y poco aplicado en el campo de la salud a pesar de su vigencia y actualidad. Podría decirse que tecnolatría es el desorden de la técnica y una veneración incondicional, no exenta de utopismo, hacia sus capacidades o posibilidades. Según palabras de Ernesto Sábato se trata de la deificación de los éxitos científicos. Se refería a la ciencia y la tecnología que han robotizado al ser humano. Es cierto que el avance del ser humano en general y de la medicina, en particular, viene condicionado por el desarrollo de la ciencia y la tecnología. ¿Qué entendemos por tecnología? Se puede definir como la aplicación del conocimiento con el objeto de resolver problemas para que las sociedades progresen. Muchos son los factores que influyen en la puesta en marcha de esos avances. Ya dijo Einstein: "Es extraño que la ciencia, que antes parecía inocua, se haya convertido en una pesadilla que hace temblar a todo el mundo". Podemos ejemplarizar tan magnífica sentencia con la bomba atómica, la contaminación ambiental, etc. 



La aplicación incesante y desmesurada de la tecnología conduce a la decadencia ya que nos aparta del lado humano de la ciencia convirtiendo al hombre, al profesional en un "esclavo" de esa tecnología, en dependiente y de quienes mueven esa tecnología, están tras ella, consiguen beneficiarse de su uso no mesurado. Es por tanto responsabilidad de la sociedad, de todos, un correcto empleo de los productos y resultados de las investigaciones científicas. No olvidemos nunca la premisa de que estos progresos deben buscar satisfacer las necesidades humanas así como las sociales básicas. En caso contrario, ya señaló Aldous Huxley, el auge tecnológico podrá ser el "retroceso de las sociedades". No permitamos que el creciente imperio de la tecnolatría y los intereses que la sostienen, se apodere de nosotros. 
Todos los profesionales sanitarios se ven bombardeados por nuevas tecnologías, nuevos fármacos, nuevas investigaciones tensionados por claros conflictos de intereses que intentan convencerles de su bondad, el beneficio que su uso obtendría para sus pacientes, la seguridad de su empleo. Toda esta panacea tecnológica tiene muchas variables en cuenta pero parece obviar el primer aforismo o razón de ser del profesional sanitario: "lo primero, no dañar". Las técnicas desorbitadas e insubordinadas ponen mayor énfasis sobre la póiesis que la praxis, y persiguen más lo que se hace que el profesional que hace, más lo estético que lo seguro; es la dictadura de la técnica la que prevalece por encima de la afectividad, el arte profesional, el humanismo, la relación con el paciente. En palabras de Sitges (Catedrático de Cirugía de la Universidad Autónoma de Barcelona y Jefe del Departamento de Cirugía del Hospital del Mar), "la utopía científica de la que forma parte la presión innovadora compromete por igual a profesionales sanitarios, pacientes, medios de comunicación e industria sanitaria". Continúa afirmando que se impone una revisión crítica del culto tecnólatra y una valoración sincera del coste de las intervenciones sanitarias sobre todo en lo que concierne a la seguridad de los pacientes (Revista Cirugía Española: Vol. 90. Núm. 03. Marzo 2012).
A veces -¿demasiadas?- se utilizan en el campo científico técnicas no acreditadas, sin controles previos suficientes, sin que el profesional que las emplea haya acreditado una formación mínima y ello ha de comprometer seriamente la seguridad de los pacientes. ¿Podemos estar seguros que antes de aplicar cualquier técnica o fármaco a un paciente los profesionales que actúan son competentes, se han formado en la misma, han entrenado y experimentado de manera suficiente, han sido supervisados adecuadamente y los resultados obtenidos han sido los esperados? 
Por desgracia, que yo sepa, en nuestro país -tampoco en otros- no existen acreditaciones de la práctica clínica que garanticen que su aplicación es segura para quienes la reciben. Muchas veces esa innovación tecnológica ha provocado numerosos eventos adversos evitables. Es el denominado "Síndrome Concorde" que describe una situación en la que la tecnología lejos de resolver las necesidades para las que estaba destinada, se vuelve contra el que la aplica y, sobre todo, complica al que la recibe, el paciente. 

El Concorde se convirtió en emblema de modernidad y lujo por su velocidad, potencia, belleza y alto precio. Pasó a ser el avión favorito de personajes famosos y adinerados que buscaban un cruce rápido y elitista del Atlántico. Todo ocurrió en dos minutos. El vuelo 4590 de Air France estaba despegando del aeropuerto parisino Charles de Gaulle, cuando de repente se vio una larga lengua de fuego en su ala izquierda. Quienes lo contemplaron se temieron al instante lo peor. No se equivocaban. Tras volar a baja altura lastrado por 90 toneladas de combustible con que surcar el Atlántico hasta Nueva York, y habiendo perdido por completo la estabilidad, el orgullo de la aviación comercial mundial, el Concorde, cayó envuelto en llamas sobre un hotel a las afueras del pueblo de Gonesse. Fue el primer y último accidente del único avión supersónico que cubría rutas regulares con pasajeros y dejó un balance de 113 muertos. Tres semanas más tarde se retiraba toda la flota operada tanto por Air France como por British Airways.




Las innovaciones tienen efectos perjudiciales por lo que se impone una valoración objetiva del coste-beneficio y de la seguridad de su aplicación en los pacientes. 
Existen, en el campo de la cirugía, varios artículos que hacen referencia a las ventajas y desventajas del uso de la cirugía laparoscópica. Sin duda, la misma ha representado un avance en los objetivos perseguidos y han mejorado ostensiblemente la cirugía abierta. También ha propiciado un elenco de efectos colaterales, resultados adversos que sufre el paciente. Además un incremento de costos de material de un solo uso, mayor utilización de tiempos de quirófano del que no pueden beneficiarse otros (inequidad), producción de residuos sanitarios no reciclables, hiperespecialización y fragmentación de la profesión, dudosa sólida formación y entrenamientos previos de los profesionales que aplican la técnica y olvido de las básicas (cirugía abierta), utilización indebida en algunas especialidades o de dudosa indicación, etc. 
Sea por esta técnica quirúrgica o cualquier otra innovación tecnológica, esta idolatría contribuye, entre otras muchas razones, a que fallezcan unas 210.000 a 400.000 personas al año en EE.UU. por algún tipo de daño evitable (A New, Evidence-based Estimate of Patient Harms Associated with Hospital Care), cifras que le sitúa en el dudoso honorable tercer puesto como de fallecimiento en ese país. 
Demasiada tecnología, demasiada medicina, poca humanidad, escasa seguridad para los pacientes. Quizás sea el momento de volver a cuestionarnos nuestra razón de ser profesional con preguntas tales como ¿por qué?, ¿para qué?, ¿para quién? ante la impregnación de la vida profesional de tecnologías, pruebas, herramientas terapéuticas con el propósito de dar la vuelta al calcetín y minimizar este número excesivo de eventos adversos, de resultados no deseados provocados por este exceso de medicina, esta tecnolatría descontrolada y buscar, perseguir prácticas más segura, basada en pruebas ciertas que beneficien a los pacientes antes de perjudicarlos. 
Y los pacientes podrían, a la par, formular algunas cuestiones antes de someterse, por ejemplo, a una intervención quirúrgica: ¿Por qué necesito esta operación? ¿hay otras opciones de tratamiento o es la mejor alternativa para mí?, ¿cuáles son los riesgos, beneficios y posibles complicaciones de la intervención? ¿mis antecedentes clínicos y los fármacos que estoy tomando pueden influir el curso de la intervención? ¿qué tipo de anestesia voy a recibir? ¿Podríamos hablar de su experiencia en este tipo de intervenciones; las realiza habitualmente; está usted acreditado por algún organismo? ¿el centro sanitario se encuentra autorizado para este tipo de operaciones; tiene indicadores de éxito, complicaciones, mortalidad sobre este proceso?
Y un largo etcétera de aspectos que deberían poder abordar los pacientes con los profesionales antes que interactúen sobre ellos. 
No se trata de frenar el avance tecnológico pero si de imponer que los mismos sean evaluados en términos de seguridad de los pacientes. Quizás ello implique un cambio también social que revierta un exceso de consumismo y esa falsa creencia sobre la infalibilidad de la medicina para volver a la realidad y preocuparnos sobre la complejidad del proceso nosológico, la dificultad de la intervención profesional, la formación y competencia de los sanitarios que actúan y, por supuesto, de los recursos que la sociedad pone a su disposición para solventar ese problema de salud. "He resuelto mi enfermedad sin priorizar el tamaño y grosor de la cicatriz que me han dejado", reflexión que incitaría a ceer que por fin estamos dejando algo atrás la denominada medicalización de la sociedad. Al lado de esta medicina basada en pruebas que desde estas líneas se reclama, es preciso iniciar una medicina basada en valores que den sentido a los hechos, a los datos. Afectividad y efectividad han de ir cogidas de la mano.
La seguridad del paciente, con su énfasis en el trabajo en equipo, el respeto y la transparencia, puede ofrecer una columna importante donde apoyar y situar esta demandada transformación del sistema de salud. 
Crear o cambiar la cultura de seguridad es modificar creencias, valores, comportamientos y actitudes arraigadas a un grupo o a una organización, en temas relacionados con el día a día del trabajo profesional. Es una misión en la que hay que ir paso a paso, haciendo camino pero con el objetivo final de construir una cultura sanitaria más segura para los pacientes.

1 comentario:

  1. Efectivamente, hay poco control sobre técnicas nuevas, infinitamente más caras, sin conocer si son más efectivas que las antiguas. Muy buena entrada, y muy oportuna en los tiempos actuales.

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