Me preocupa que la atención sanitaria que reciban los pacientes sea lo más segura posible; me interesa que los profesionales sanitarios trabajen en un ambiente libre de culpas, de cargas añadidas de trabajo y que hagan bien lo que saben; me gustaría que la organización sanitaria sea menos opaca y de verdad practique lo que predica: que el ciudadano es el eje del sistema de salud. Y que cuando todo se viene abajo, seamos capaces de afrontar la crisis con conocimiento y de la manera más propicia.
domingo, 28 de febrero de 2016
lunes, 22 de febrero de 2016
sábado, 20 de febrero de 2016
SEGURIDAD DEL PACIENTE. ESTADO ACTUAL
SEGURIDAD DEL
PACIENTE. ESTADO ACTUAL
Buenas intenciones,
pobres resultados
Dr. Fabián Vítolo
NOBLE Compañía de
Seguros
Argentina
Han
pasado 25 años desde que investigadores de la Escuela de Salud Pública de
Harvard publicaran el primer estudio científico acerca de la incidencia de
eventos adversos y negligencias en pacientes hospitalizados. El Harvard Medical
Practice Study (1) reveló que 4 de cada 100 pacientes internados sufrirían daños a
consecuencia del accionar médico (eventos adversos), y que la mitad de los
mismos podrían haber sido prevenidos. El trabajo fue la piedra angular sobre la
cual se basaron otros estudios realizados en distintos países que confirmaron esta
realidad. Entre el 4% y el 13 % de los pacientes internados, según distintas
estadísticas, sufrirían eventos adversos vinculados con su internación.(2)(3)(4)(5)(6)(7)(8)(9) Un porcentaje no
despreciable de estos daños son graves y pueden evitarse, muchas veces con
medidas simples, hasta en el 50% de los casos. Los trabajos en el ámbito
ambulatorio son más escasos, pero también muestran márgenes de error
importantes.
En
otro hito, el Institute of Medicine de los Estados Unidos publicó hace ya 16 años el informe “Errar es Humano”, según el cual morirían a causa de errores
médicos evitables entre 44 mil y 98 mil norteamericanos.(10) Estas revelaciones
pioneras pusieron en el centro de la escena el problema y gatillaron una
multiplicidad de acciones tendientes a revertirlo en todo el mundo. A lo largo
de estos 20 años se viene acumulando conocimiento sobre cuáles son las mejores prácticas para
aumentar la seguridad de la atención. Sin embargo, después de todo este tiempo
y esfuerzo es muy poco lo que hemos mejorado y sólo unos pocos hospitales de
avanzada pueden demostrar la adherencia y compromiso con medidas de seguridad
básicas. Creemos entonces oportuno, luego de enumerar todo lo que se ha hecho a
lo largo de estos años, reflexionar acerca de su impacto real en la práctica de
todos los días y preguntarnos por qué no hemos podido avanzar más rápido. Sólo
así se podrán diseñar soluciones efectivas.
¿25 años no es nada?
Repasemos
algo de todo lo que se ha hecho hasta hoy desde la publicación de los trabajos
mencionados:
· Varios países realizaron
estudios nacionales para tratar de determinar la incidencia de eventos adversos
en sus hospitales: Australia, 1994 (13%); Reino Unido, 2000 (11%); Nueva
Zelanda, 2001 (13%); Dinamarca, 2001 (9%); Canadá, 2004 (7,5%), España, 2006 –
Estudio ENEAS- 9,3%; Latinoamérica, Cinco países - incluyendo Argentina- 2010.
Estudio IBEAS, (12%) . (Referencias bibliográficas 2 a 9)
· Desde la
Universidad de Manchester, James Reason, especialista en psicología
cognitiva, nos brindó la base teórica que permitió comprender mejor por
qué ocurren los accidentes médicos, inmortalizada en el “Esquema del Queso
Suizo”. (11) Los seres humanos
somos muy falibles y confiamos en funciones cognitivas débiles, como la
atención y la memoria. La mayoría de los errores “activos” resultan de
condiciones “latentes “en el sistema”(diseño de procesos, condiciones de
trabajo, etc.). Las barreras defensivas que interponemos entre el peligro y el
paciente son muy vulnerables.
· Se desarrollaron,
inspirándose en otras disciplinas como la aeronáutica y la ingeniería nuclear,
sistemas de reporte de incidentes y herramientas analíticas que permitieran una
mejor comprensión de los errores médicos (análisis de causa raíz, análisis de
modos de falla y efectos, matrices de riesgo, etc.). (12)(13)(14)(15)
· Se crearon
asociaciones nacionales específicamente dedicadas a la seguridad del paciente
(EE.UU, Reino Unido, Canadá, Australia) (16)
· Aparecieron importantes ONG’ s abocadas a la investigación
en calidad y seguridad del paciente, entre otras el Institute for Healthcare
Improvement (IHI), National Quality Forum (NQF). Las que ya se dedicaban a
Calidad, incorporan el tema de seguridad como una de sus prioridades. (17)
·
Comenzó la publicación de
revistas científicas especialmente dedicadas a este tema. Como ejemplos vale citar: BMJ on Quality and Safety, Journal of Patient
Safety, The Joint Commission Journal on Quality and Patient Safety, etc.
· Se creó la figura
del Comité de Seguridad de los Pacientes en varios hospitales. Los planes de
seguridad comenzaron a ser un requisito para acreditar instituciones.
· Se definieron las
mejores prácticas de seguridad (ej: National Quality Forum, en el año 2003, con
actualizaciones periódicas) (18) y la Joint Commission estableció en 2002 objetivos de
seguridad concretos para los distintos ámbitos de atención que se actualizan
anualmente.( JCAHO National Safety Goals).(19)
· Desde la OMS
(2007), se aportaron algunas posibles
soluciones para la seguridad de los pacientes y se definieron prioridades:
medicamentos de aspecto o nombres parecidos, identificación de pacientes,
comunicación durante los traspasos, realización del procedimiento correcto en
el lugar del cuerpo correcto, control de soluciones concentradas de
electrolitos, evitar los errores de conexión de catéteres y tubos, evitar
errores de medicación, higiene de manos para prevenir infecciones, etc.(20)
· Se desarrollaron
con fines de benchmarking indicadores específicos de seguridad del paciente
(AHRQ – Agency for Healthcare Research and Quality 2011) (21) y se refinaron
algunas herramientas para identificar errores a partir de las historias
clínicas (”Trigger Tools”, IHI 2003) (22)
· Se creó la Alianza
Mundial por la Seguridad del Paciente (2004) y desde allí se lanzaron
importantes campañas de seguridad como “Manos limpias Salvan Vidas” y “Cirugía
Segura Salva Vidas”. A partir de esta última iniciativa se desarrolló el
listado de verificación de seguridad en la cirugía, que demostró reducir un
tercio la morbimortalidad del paciente quirúrgico. (23)
Efectos concretos
Pese
a todos estos esfuerzos, no parece haber grandes progresos. En el año 2010,
investigadores de Harvard publicaron un estudio retrospectivo sobre la tasa de
eventos adversos en 10 hospitales de Carolina del Norte a lo largo de cinco
años, entre 2002 y2007.(24) La elección de dicho estado no fue casual: los hospitales
de Carolina del Norte habían demostrado un compromiso mayor que otros estados
en los esfuerzos para mejorar la seguridad de los pacientes. El 96% de las
instituciones de Carolina del Norte se encontraban enroladas en campañas nacionales
de seguridad, en comparación con un promedio de 78% de otros estados. A priori,
se esperaba una tasa menor de daños que la media nacional. Revisores entrenados
en la utilización de “Trigger Tools” analizaron 2341 historias de internación.
El Global Trigger Tool (GTT) es una herramienta que permite identificar errores
a partir de indicios que aparecen en las historias clínicas (ej: naloxona, para
revertir una depresión respiratoria, pedidos de radiografías que no se condicen
con el diagnóstico -para identificar caídas- etc.). Tiene la ventaja de no
depender del reporte individual. Los resultados del “mejor alumno” fueron
pobres: el 18% de los pacientes fue dañado y el 2,4% falleció a consecuencia de
eventos adversos. El 63% de los daños fue considerado por los expertos
prevenible. Los autores concluyen que el daño evitable sigue siendo común y que
hay pocas evidencias de mejoras significativas, necesitándose redoblar los
esfuerzos para incorporar intervenciones de seguridad efectivas en la rutina de
todos los días.
En
septiembre de este año 2013, John James publica una nueva estimación basada en
la evidencia del daño asociado a la atención hospitalaria.(25) El objetivo era
saber si la clásica cifra publicada en el informe “Errar es Humano” de 44 mil a
98 mil muertes anuales en los EE.UU por eventos adversos se había modificado a
lo largo de estas últimas décadas (aquel informe se hizo con datos de la década
del ’80). Para ello revisó los principales estudios publicados entre los años
2008 y 2011. Todos estos utilizaron el Global Trigger Tool (GTT) como
herramienta de identificación. Probablemente por este mayor refinamiento en el
instrumento de identificación, los resultados fueron aún más alarmantes que los
de aquel primer informe. El autor calcula en su país un mínimo de 210.000
muertes por año asociadas a daños prevenibles en hospitales. Dadas las limitaciones en la capacidad de
búsqueda del GTT y las deficiencias de la documentación, de la cual el GTT
depende, el autor estimó el número real de muertes prematuras asociadas a daños
prevenibles en más de 400.000 por año. Los daños serios serían entre 10 y 20 veces más comunes que el
daño letal.
En
el ámbito quirúrgico, el panorama tampoco es alentador. Pese a que se conocen
desde hace muchos años las mejores prácticas para evitar eventos adversos tales
como errores de lado, de paciente u oblitos (protocolo universal, listado de
verificación de seguridad de la cirugía, etc.), los “accidentes” de este tipo
continúan apareciendo con una frecuencia elevada. W. Mehtsun, del Departamento
de Cirugía del Hospital John Hopkins estima, a partir de la revisión de juicios
por mala praxis a cirujanos, que se producirían más de 4.000 eventos de este
tipo por año en los Estados Unidos… (26)
En
el estudio más reciente sobre el peso global de la atención médica insegura,
Ashish H Jha, de la Escuela de Salud Pública de Harvard e Itziar Larizgoitia,
de la Organización Mundial de la Salud, utilizando un abordaje conservador, llegan
a la estimación de que la atención médica insegura produce a nivel global 43
millones de injurias por año y cerca de 23 millones de DALYs perdidos a
consecuencia de estos daños.(27) Los DALYs
(disability-adjusted life years) son indicadores que se utilizan para medir la
carga de una enfermedad. Combinan los años potenciales de vida perdidos más los
años vividos con discapacidad. Dos tercios de estos eventos adversos se
producen en países de bajos y medianos recursos. Cuando comparan la carga de
los eventos adversos estudiados (limitados sólo a 7 categorías) con otras
condiciones tales como la enfermedad cardiovascular, llegan a la conclusión de
que el daño médico se ubica en el puesto nº 20 dentro de las principales causas
de morbimortalidad de la población mundial. Concluyen que si bien el sufrimiento
relacionado con la falta de acceso a la atención continúa siendo un problema en
muchos países, resulta también crítico evaluar la calidad y seguridad de la
atención brindada una vez que la persona accede al sistema. Si bien se deben
refinar estos datos, los hallazgos deberían ser un llamado a la acción para
quienes definen las políticas de salud, haciendo de la seguridad de los
pacientes una prioridad internacional.
Del conocimiento a la acción. ¿Por qué
cuesta avanzar?
ü Falta de reconocimiento de la inseguridad como un
problema de salud pública
A pesar de la
publicación de varios trabajos sobre el peso humano y económico de los eventos
adversos, la seguridad de los pacientes no termina de ser reconocida como un
problema de salud pública, sobre todo en países en desarrollo que afirman tener
otras prioridades en la agenda. La mayoría de los esfuerzos para mejorar la
salud de la población global se han focalizado en mejorar la prevención y
tratamiento de enfermedades con significativa morbimortalidad, buscando mejorar
el acceso a terapias que permiten salvar vidas en todo el mundo. Estos
esfuerzos han comenzado a dar frutos, con mayor acceso a drogas antimalaria y
antirretrovirales (para pacientes HIV), por ejemplo. Sin embargo, los eventos
adversos evitables no terminan de ser reconocidos como una verdadera
“pandemia”. Muchos sanitaristas
consideran a la seguridad de los pacientes como un tema de países de altos
ingresos y con recursos, en donde la mayoría de la población tiene acceso
básico a la salud. Sin embargo, sería en los países pobres donde más gente
muere o es dañada por errores una vez que accede al sistema. A su vez, estos
errores en la atención generan en países de bajos recursos desconfianza en el
sistema, alejando a las personas y transformándose en una barrera más para el
acceso. Un verdadero círculo vicioso.
ü Carencia de datos y de vigilancia epidemiológica
Otro factor que
dificulta el progreso es la carencia de datos y de vigilancia epidemiológica.
Las evidencias son todavía muy recientes y en su mayoría se encuentran
limitadas a ciertas condiciones en pacientes internados, sin mayores datos en
el ámbito ambulatorio. Las mejoras de las últimas décadas en la morbimortalidad
materno-infantil se debieron en gran parte a que la mayoría de las naciones
deben reportar sus indicadores y resultados. Tal vigilancia hace falta también
en otros ámbitos de atención (cirugía, anestesia, emergencias, etc.).
ü Fracaso en la aplicación de los conocimientos técnicos
existentes
Por otra parte, la
mayoría del personal sanitario considera que hace las cosas bien pero no las
hace. Se fracasa sistemáticamente en la aplicación de los conocimientos
técnicos existentes. Pese a que se sabe desde hace años que el antibiótico
profiláctico administrado dentro de la hora de la incisión de piel disminuye a la mitad la infección del sitio
quirúrgico,(28)(29) continúa observándose una coordinación inconsistente de esta
profilaxis.(30) Las operaciones del paciente incorrecto en el sitio incorrecto
persisten a pesar de la alta publicidad
de tales acontecimientos (26) (31) y las complicaciones anestésicas son 100- 1000 veces
más altas en los países que no adhieren a los estándares de supervisión.(32) La lista de
medidas simples y efectivas para prevenir daños que no se cumplen podría ocupar
varios tomos: lavado de manos, identificación de pacientes, manejo de
medicación de alto riesgo, medidas para prevenir caídas, paquetes de
medidas para prevenir infecciones de
catéter y neumonías en UTI, etc… Evidentemente se está fallando no sólo en la
transmisión del conocimiento dentro de las organizaciones, sino también en la
transformación de dicha información en acciones efectivas.
ü Barreras culturales
Persisten todavía
numerosas barreras culturales que no terminan de derribarse. Una de las
principales es la falta de liderazgo y
compromiso con este problema de quienes tienen la responsabilidad de llevar
adelante las organizaciones de salud. Todavía se privilegia en muchos lados la
productividad por sobre la seguridad y hay resistencia para invertir en los
recursos humanos y económicos que se necesitan para avanzar en la seguridad de
los pacientes. Por otra parte, los problemas de fondo continúan sin resolverse.
Mientras no se aborden seriamente las condiciones de trabajo, la capacitación,
los procesos y el diseño y mantenimiento de equipos es poco los que se podrá
avanzar.
Otra gran barrera
cultural es el escepticismo de
quienes deben implementar las medidas de seguridad. La mayoría de los médicos
no creen en la magnitud del problema. Al manejarse con pequeños números, los
resultados de las investigaciones realizadas a gran escala no se condicen con
su experiencia personal. A esto se suma que por defecto de formación la mayoría
de los médicos son individualistas,
con poco entrenamiento en comunicación y trabajo en equipo. Para muchos
profesionales, la seguridad de los pacientes depende más de la excelencia
individual que de la armonía dinámica de los distintos actores que participan
de una atención cada vez más fragmentada.
El concepto de fallas de sistemas aparece frente a los médicos como algo
vago y complicado, que va en contra de todo lo que les enseñaron. Hay una
tendencia a pensar que culpar al sistema significa evadirse de la
responsabilidad individual que tienen como médicos de hacer los mejor para sus
pacientes con el menor margen de error posible. Ambas cosas son necesarias: la búsqueda de la excelencia a nivel
individual y los cambios en el sistema para poder aprender de los errores y
minimizar el daño.
Es precisamente este individualismo el que determina una gran discrecionalidad en la atención de los
pacientes. Hoy con el título de especialista el límite lo determina el propio
médico sin mayor control. Un cirujano puede estar operando todo el tiempo que
él considere necesario, un hemodinamista puede realizar una cantidad
impresionante de procedimientos por día, un médico puede salir de una guardia
de 24 hs e ir a operar a su hospital, etc. Y nadie los frena. Se depende del
criterio individual…Cualquier sistema que permite que sus integrantes trabajen
en forma ilimitada tomando decisiones autónomas sin mayor regulación ni
imposición de límites es altamente inseguro. Está absolutamente comprobado que
los mayores niveles de inseguridad no se deben a incompetencia. En ámbitos complejos
los mayores riesgos suelen correrlos quienes desafían los límites de su propio
desempeño. Los sistemas de seguridad desarrollados en otras industrias de riesgo niegan aún a los
más experimentados la absoluta discrecionalidad. En nuestra visión individualista
nos molesta que nos pongan límites, regulaciones o evaluaciones de desempeño.
Si se quiere avanzar, los profesionales deberán ceder algo de autonomía en pos
de la seguridad del sistema.
Otra barrera cultural es la tolerancia
frente al error. Los médicos nos hemos acostumbrado a convivir con el error
y a ser excesivamente tolerantes con el mismo. Solemos tomar a la mayoría de
los errores como fatalidades del destino o hechos fortuitos. ¿Se equivocó de
lado?, le puede pasar a cualquiera, ¿Se dejó una gasa?, son cosas que pasan…
¿Se cayó de la cama?, y cada tanto se caen… Hay mucho menos tolerancia con
quien cometió el error que con el error en sí mismo. No debieran asumirse como
inevitables o inherentes a la práctica habitual cosas que no debemos permitir
que pasen. Reconocer que los errores son frecuentes y que van a ocurrir porque
somos humanos no debe llevarnos a una insensibilización que nos paralice.
Debemos estudiarlos y buscar la forma de minimizarlos.
No debe tampoco minimizarse como un obstáculo la cultura del castigo que
impera en muchos establecimientos de salud. Si los errores individuales son
considerados como inadmisibles, la consecuencia lógica es que los mismos deben
ser castigados. El temor a represalias dificulta notificación voluntaria de
errores por parte de médicos y enfermeras y sólo salen a la luz aquellos
errores que produjeron daños graves y que son inocultables. Se pierde entonces
la oportunidad de aprender. Además, la excesiva verticalidad de nuestro sistema
establece barreras jerárquicas que hacen inimaginable a una enfermera
notificando un error de un médico o a un residente notificando el error de un
jefe. Tampoco es imaginable la discusión abierta de un error en un servicio. En
general, cuando esto sucede, como en algunos ateneos, las discusiones tienen
carácter netamente incriminatorio y el esfuerzo mayor está puesto en deslindar
responsabilidades más que en el estudio de las raíces del problema.
Por otra parte, existe todavía una gran brecha entre la importancia que le
asignan los especialistas en seguridad del paciente a algunas medidas y la
importancia que le asignan a esas mismas medidas los médicos que deben
ejecutarlas. Como muestra vale observar la forma burocrática/administrativa en
la cual se instrumentan los consentimientos informados y los listados de
verificación de seguridad de la cirugía en la mayoría de las instituciones
médicas. Mientras esta brecha no se achique y los médicos asistenciales actúen
con el mismo convencimiento que tienen los investigadores en seguridad del
paciente, será inútil pretender modificar conductas mediante resoluciones o
normativas obligatorias.
ü
La industria del juicio
La facilidad para entablar juicios millonarios en nuestro sistema legal y
el lógico temor a ser demandado desalienta cualquier intento de discusión
abierta de los errores, condición sine qua non para avanzar en la seguridad de
los pacientes. Los médicos son renuentes a reunir
información vinculada a accidentes o errores por el temor de que la misma pueda
ser utilizada para preparar acciones legales en su contra. Para superar este
obstáculo, algunos países como Canadá y Estados Unidos han establecido, bajo
ciertas condiciones, mecanismos de protección legal de la información
relacionada a la seguridad de los pacientes y calidad de atención. (33)
Por otra parte, el abordaje sistémico de la seguridad del paciente se
contrapone con nuestro sistema legal de responsabilidad penal y civil, que
tiene como foco el establecimiento de responsabilidades y culpas y no la consideración
de mejoras en los sistemas de atención. El sistema legal tiene necesariamente
un abordaje individual, punitivo y confrontacional que choca de frente con la
visión sistémica y no punitiva de la seguridad, en donde la culpa no es el eje
y el foco está puesto sobre los procesos y no sobre los individuos que
cometieron el error. Son muy pocos los países que, tratando de armonizar ambos
sistemas han establecido sistemas de compensación de víctimas “no fault” (sin
culpa), en donde la resolución de casos gira sobre la “evitabilidad” del evento
adverso y no sobre quién tiene la culpa. Existen en estos países (Nueva
Zelanda, Suecia, Dinamarca) fondos nacionales de compensación de víctimas de
“accidentes” (médicos y de otro tipo) solventados por los impuestos de la
población.
ü
Falta de alineación de intereses económicos
La calidad de atención y la seguridad de los pacientes requieren de
cierta inversión. Lamentablemente, no siempre los esfuerzos de las
instituciones que la realizan son recompensados por los financiadores a través
de un mejor retorno económico… Gran parte de esta dificultad tiene que ver con
la forma en que se financia la atención en muchos sectores. Al pagar por
prestaciones y no por resultados, muchas obras sociales y prepagas no sólo no pagan
más por una mejor calidad, sino que terminan “premiando” a las clínicas y
sanatorios por las complicaciones, reconociendo más días de internación y mayor
intensidad de cuidados, independientemente de que la complicación hubiese
podido ser prevenida o no. A consecuencia de esta forma de pago, la mayoría de
los ahorros que se realizan a través de las iniciativas de seguridad terminan
beneficiando a los pagadores, en términos de menores estadías y gastos, en vez
de favorecer a la organización que realizó la inversión. Los hallazgos
publicados en abril de este año por Eappen y otros investigadores de la Escuela
de Salud Pública de Harvard son perturbadores: ¡algunos hospitales
norteamericanos ganarían más por las cirugías que se complican que por las que evolucionan
sin problemas! (34)
Desde octubre de 2008. Medicare/Medicaid no paga más por el tratamiento de complicaciones
que: a) son de alto costo, alta frecuencia o
ambos; b) derivan en pagos secundarios cuando el diagnóstico se presenta como
secundario al diagnóstico de ingreso y c) Podrían haber sido razonablemente
prevenidas a través de la aplicación de guías basadas en la evidencia.(35) Figuran en el
listado, entre otras complicaciones, las caídas, las embolias aéreas, las
úlceras por decúbito grado III y IV, los oblitos, las infecciones asociadas a
catéteres y los TEP luego de reemplazos de cadera y rodilla. Sin embargo, el
abordaje mediante el castigo financiero tampoco parece solucionar el problema.
Es evidente que no alcanza con exhortar a los prestadores a que trabajen
mejor apelando exclusivamente a “la satisfacción del deber cumplido”. Las
regulaciones, las normas, el rediseño de los procesos y la tecnología
informática son elementos necesarios pero no suficientes. Sin incentivos
financieros con significativas recompensas, los esfuerzos de las instituciones
para mejorar la calidad y seguridad de las prestaciones nadarán a
contracorriente.
En una búsqueda por alinear intereses, hoy aproximadamente
el 39% de todos los planes de salud norteamericanos han iniciado alguna forma
de incentivos financieros para la calidad (36) y se comienza a avanzar en el °pago por desempeño” con premios basados
en la implementación de procesos basados en la evidencia, en la medición de
resultados objetivos y en la experiencia de los pacientes (encuestas de
satisfacción). (37)(38)(39)
ü Falta de mayor
evidencia económica para apoyar la inversión en seguridad
Otra barrera histórica para avanzar ha sido la dificultad para presentar
“el caso económico” que justifique las inversiones necesarias para aumentar la
seguridad de las prácticas médicas. Quienes deben tomar decisiones financieras
en salud se enfrentan con numerosos requerimientos que suelen competir entre
sí, más allá de que el primer imperativo sea “no dañar”. Las consideraciones
económicas no deberían ser el único factor a considerar en el diseño de
políticas que mejoren la seguridad de los pacientes, pero cuando los
presupuestos son acotados, se necesita aportar la evidencia económica que
demuestre que las nuevas intervenciones que se proponen son tan buenas o
mejores que otras inversiones que se realizan para mejorar la atención.
Se han realizado en los últimos años bastantes estudios sobre la carga
económica de los eventos adversos en distintos ámbitos.(40)(41)(42) Estos trabajos se focalizan en
los costos hospitalarios directos atribuidos a tratar estas complicaciones en
internación que aparecen como diagnósticos secundarios al diagnóstico de
ingreso y que podrían haber sido evitadas utilizando las guías y
recomendaciones basadas en la evidencia. Lamentablemente, la mayoría de los
estudios publicados sobre la carga económica de los eventos adversos en la
internación de pacientes agudos no describen una metodología de costeo y los
pocos estudios que sí reportan su metodología de costeo difieren en los métodos
de cálculo y asignación. Por lo tanto, se ha publicado un amplio rango de
costos diferentes para un mismo evento adverso. Si bien el valor de establecer
una forma de medición única es reconocido en la literatura, esto no se ve
reflejado en los estudios empíricos.
Esta estimación de los costos de los eventos adversos son útiles para
motivar cambios, pero no son muy claros acerca de dónde se deben realizar
inversiones.
Todavía son muy
pocos los análisis económicos comparativos, también llamados análisis de
costoefectividad. Estos estudios comparan los costos y resultados de una o más
estrategias de seguridad destinadas a evitar un determinado evento adverso.
Buscan identificar intervenciones que brinden el mejor resultado con la menor
inversión posible. Se necesita mayor
cantidad y calidad de este tipo de estudios, que deberían privilegiarse sobre
los que solo informan acerca de la carga económica del problema.
Cultura
de Seguridad
Una vez identificados los obstáculos, se
deben desarrollar a todo nivel estrategias para removerlos.
La dificultad para avanzar en calidad y
seguridad de los pacientes desde un punto de partida inicial hacia uno con
mayor nivel de compromiso de los médicos depende de un complejo conjunto de
factores. Algunos de ellos son estructurales, como la forma de relacionarse de
los médicos con la institución (abierta o cerrada) y otros son históricos, como
la memoria y los efectos residuales de relaciones conflictivas en el pasado.
Pero el factor más importante es la cultura, entendida como el conjunto de
creencias, normas y valores –explícitos o implícitos- que forman la base de los
patrones de conducta del staff médico, de enfermería y auxiliar. Es bien sabido
que los principales obstáculos para avanzar se encuentran enraizados en
creencias, conductas y elecciones y no en la falta de recursos o tecnología
La comprensión de la cultura existente es
crítica para poder imponer una nueva. Sin embargo, es preciso destacar que no
todo el personal del hospital, sanatorio o clínica tiene una cultura única. Más
bien, se presentan en los mismos
múltiples “microculturas”. Sí los líderes de la institución no tienen una cabal
comprensión de los valores y creencias que subyacen detrás de los comportamientos,
es poco probable que logren aumentar la participación de los médicos en los
programas de calidad. Cualquier nueva iniciativa fracasará si no se logra
desarrollar una cultura de seguridad y un adecuado clima de trabajo.
A lo
largo de todo este tiempo, el sector salud ha tomado prestado de otras
industrias altamente confiables, como la aeronáutica o la ingeniería nuclear,
el concepto de “cultura de seguridad”. Estas organizaciones se desempeñan
extremadamente bien y con pocos eventos adversos de manera sostenida a lo largo
del tiempo gracias a la implementación efectiva de modelos de comunicación y
trabajo en equipo y a la creación de ambientes de trabajo que consideran que la
seguridad es la prioridad número uno, aún a expensas de la producción o la
eficiencia. Algunos sostienen que el
sector salud todavía transita por la infancia en su camino a ser una actividad
altamente confiable. Otros afirman que una cultura de seguridad plena jamás
será alcanzada por las organizaciones de salud porque se enfrentan a distintas prioridades
que compiten entre sí, haciendo más difícil que la seguridad sea en todos los
casos la prioridad Nº1. Justo es decir también que la caída de aviones o la
explosión de una central nuclear posiblemente signifiquen el fin de las
operaciones de las empresas que se dedican a ello, algo que no ocurre con una
clínica o sanatorio cuando fallece un
paciente a consecuencia de un error. A diferencia de los pilotos y de los
operarios de las centrales atómicas, los médicos y administradores de servicios
de salud no mueren en los accidentes que provocan…
Pese
a todo, son varias las organizaciones de salud con un pensamiento de avanzada
que están realizando progresos y logran poco a poco modificar conductas,
conceptos y procesos mediante la creación de una verdadera cultura de
seguridad. Debemos inspirarnos en ellas si queremos cumplir con el primer
mandato hipocrático: “Primum non nocere”.
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