Muchos me ha gustado el libro y las reflexiones que de su lectura se desprenden. Pero son varios los párrafos que me han llamado la atención por cuanto de real tienen y, a veces, de cruel.
En especial este que transcribo (página 57) sobre el valor real de los consentimientos informados:
"En principio, lo de "consentimiento informado" suele ser muy sencillo. El cirujano explica las ventajas y los factores de riesgo en juego, y un paciente sereno y razonable decide qué quiere hacer, como si fuera al supermercado y eligiera entre la amplia variedad de cepillos de dientes a la venta. La realidad es muy diferente. Los pacientes experimentan temor y se ven sumidos en un mar de dudas. ¿Cómo van a saber si el neurocirujano es competente o no? Su respuesta ante esta situación suele ser siempre la misma: tratarán de sobreponerse al miedo atribuyéndole al médico habilidades sobrehumanas.
Le conté que había un riesgo del 1 o el 2 % de que muriera o sufriera un derrame si la intervención salía mal. Lo cierto era que no conocía las cifras exactas y que solo se había operado unos cuantos tumores como el suyo -de ese tamaño son muy poco habituales- pero no soporto aterrorizar a los pacientes cuando tienen que someterse a una operación. Además, estaba claro que el riesgo de la cirugía era mucho menor que el de no someterse a ella, y lo que de verdad importaba era que yo estaba todo lo seguro que podía estarlo de que la decisión de operar era la correcta, y de que ningún otro cirujano podía llevar a cabo la operación mejor que yo... A un cirujano más joven este aspecto concreto puede sumirlo en un serio dilema moral : si no acepta casos difíciles, ¿cómo va a mejorar? Pero ¿y si tiene un colega con más experiencia que él?
Si los pacientes pensaran racionalmente, preguntarían al cirujano cuántas operaciones de esa clase ha llevado a cabo, ya que está pidiéndole el consentimiento, pero sé por experiencia que eso no ocurre casi nunca. Pensar que tu cirujano puede no estar a la altura resulta aterrador; es mucho más sencillo limitarse a confiar en él. Como pacientes nos sentimos profundamente reacios a ofender a un médico que está a punto de operarnos. Cuando yo mismo me he sometido alguna vez a una cirugía, me he sorprendido sintiendo un respeto reverencial por los colegas que iban a llevarla a cabo, pese a saber que ellos a su vez me tenían miedo, puestos que todas las defensas de impasibilidad profesional se vienen abajo con un compañero de fatigas. No es de extrañar que todos los cirujanos detesten operar a otro cirujano.
Mi paciente escuchaba en silencio mientras le contaba que, si operaba a cien personas como él, solo una o dos de ellas morirían o quedarían discapacitadas por completo.
Asintió levemente y dijo lo que casi todos contestan:
- Bueno, toda intervención tiene sus riesgos.
¿Habría decidido no someterse a la intervención de haberle dicho yo que el riesgo era del 5, del 15 o del 50 %? ¿Habría preferido encontrar otro cirujano que le diera porcentajes de riesgo más bajos? ¿Habría elegido a otro si yo no le hubiera contado chistes o sonreído?
Le pregunté si tenía alguna duda y se limitó a negar con la cabeza. Cogió el bolígrafo que le ofrecía y firmó el largo y complicado formulario, impreso en papel amarillo y de varias páginas, y con una sección especial para la disposición legal de partes del cuerpo. Ni siquiera lo leyó; aún tengo que encontrarme con alguien que lo haga en un momento como ese...Lo acompañé a la puerta".
Es cierto que la concepción de la relación médico-paciente en la práctica médica ha sufrido cambios a lo largo de la historia. Hemos pasado de una conexión basada en el paternalismo, asimétrica, donde se defendía la beneficencia del paciente y donde el médico, como ser superior (en lo social, económico, cultural y otros), manejaba al paciente sin considerar sus preferencias ni opiniones; a una "teórica" relación donde el paciente debería jugar un papel principal en la toma de decisiones, por su derecho a la autonomía, libertad de elección y confianza, comunicación y respeto en general. Pasamos de una situación social donde el paciente era conocido por su enfermedad, a una nueva situación donde el paciente es una persona considerada por su personalidad. Pero pasar de este paternalismo a la autonomía no implica olvidar la realidad de la cuestión la mayor parte de las veces: la dependencia y fragilidad del paciente ante el profesional y su necesidad de cuidados y atención. Eso conduce a que muchas veces ese profesional imponga su criterio, sin ningún afán de dañar, lo que cierra el círculo haciendo más vulnerable al paciente y menos autónomo.
Los argumentos relatados por el Dr. Marsh denotan la creencia de que la vulnerabilidad del paciente lo hace más torpe para entender y actuar libremente y con conciencia, ya que se ve influenciado por sus miedos, sus angustias, su temor reverencial a la figura del médico y es incapaz de asimilar y recordar detalles de lo explicado. Una pérdida de tiempo tal y como tenemos las agendas, pensaran los que se alinean con esta tesis.
El consentimiento informado es un proceso dinámico donde el médico proporciona, en el transcurso de una conversación, información y explicación en lenguaje simple y comprensible para el paciente, cuestiones que atañen al procedimiento que se va a realizar. Esta información debe dar a conocer las cuestiones relevantes, los beneficios esperados, los riesgos y secuelas más importantes del procedimiento, y deben presentarse otras alternativas válidas y coherentes (también "no hacer"). El consentimiento informado implica a los profesionales en cuestiones éticas irrechazables (da sentido a la relación médico-paciente) y es precepto fundamental del derecho sanitario.
¿Están alineados los intereses de unos y otros? ¿O es más fácil actuar como hemos leído al Dr. Marsh?.
El sistema sanitario no favorece una práctica amigable del proceso de consentimiento informado. Las masificaciones en consulta, la falta de espacios adecuados donde llevar a cabo ese diálogo, la preferencia del rendimiento sobre la afectividad, el papel de documento defensivo ante probables demandas y otras muchas razones no parece que sea caldo de cultivo para una gestión adecuada de los consentimientos informados. El principal error es identificar el consentimiento informado con el “documento” donde está escrito, lo que impide considerarlo como un todo asistencial en donde la firma para la autorización es el último paso de un proceso del que forman parte el proceso informativo y la deliberación con el paciente.
Los profesionales no se sienten motivados para desempeñar este rol informador y subestiman el consentimiento como un medio legal imprescindible para el desarrollo completo de su proceso. No hemos sido formados en este sentido cuando se construyen no están totalmente convencidos sobre la necesidad, o la pertinencia, de permitir que los pacientes participen en el proceso de tomar decisiones. Durante toda la formación médica se nos ha inculcado la primacía del conocimiento científico para tratar a los pacientes sobre cualquier otra consideración, y pocas veces el pregrado ha resaltado aspectos como la satisfacción de los pacientes con las decisiones compartidas. Y sin embargo estas actuaciones no pactadas mediante el diálogo atañen a los mismos en su integridad, a su grado de salud y, muchas veces, a su vida. Aún hoy se mantiene, a pesar de los pesares, una relación médico-paciente construida sobre bases más o menos paternalistas, donde la comunicación y el diálogo se encuentran muy restringidos.
Es cierto que algunos pacientes se conforman con ser meros actores pasivos en las decisiones que afectan a su salud, es decir, que quieren saber poco sobre lo que les van a hacer. Siendo cierto, y salvo que manifiesten lo contrario, su actitud pasiva no debe ser confundida con que no quieren saber y los profesionales deben ofertar información a los mismos y su participación activa.
La sociedad actual demanda (debería hacerlo) mayor participación, información y decisión libre sobre su salud. Para ello es necesario una implicación activa de los profesionales que pase por encima del paternalismo y la burocracia, de la información proporcionada por obligación y cruel e, incluso, del exceso de empatía.
Mucha literatura y de máxima calidad existe publicada; de autores de prestigio y expertos en el tema. Yo no lo soy. Solo he querido reflexionar sobre este párrafo leído que me chocó porque describía una realidad que creo existe. Las soluciones, difíciles. En el término medio está la virtud. Es difícil encontrar el punto óptimo. Falta mucho camino por recorrer.
Desde mi punto de vista, en el proceso de información y formalización del consentimiento informado, el profesional debe informar al paciente y también asumir la responsabilidad de hacer una recomendación, basada en su conocimiento y experiencia.
ResponderEliminarExiste una asimetría de conocimiento entre el paciente y el profesional, y es deber de este, poner su conocimiento al servicio del paciente, de la forma más sencilla posible, para que este último pueda decidir con el mayor conocimiento de causa posible. Hecho esto, el profesional debe asumir las decisiones del paciente, incluido el no hacer.
Esta relación profesional-paciente que debería ser honesta, transparente, respetuosa y guiada por el principio de beneficencia supeditado al de autonomía del paciente, queda enturbiada cuando entran en juego los aspectos legales. Cuando aparece una complicación excepcional o poco frecuente, siempre aparece en la demanda que ese hecho concreto, no ha sido detalladamente explicado en la información previa, lo que unido al nuevo baremo de indemnizaciones por lesiones derivadas de la asistencia sanitaria, puede llevarnos a convertir el proceso de información y formalización del consentimiento informado, en la exposición de una lista de todos los posibles horrores acontencibles, sea cual sea su probabilidad.
Muchas gracias José Antonio. Muy interesante tu comentario que no es más que trasladar la realidad de un profesional de primera línea entre lo que he querido describir en estas letras anteriores. Tus reflexiones son, bajo muy punto de vista muy acertadas; asimetría, aspectos legales que dificulta una relación transparente, amenazas de demandas son caldos de cultivos, entre otros muchos factores que hacen que lo descrito por el Dr. Marsh sea una realidad también en nuestro sistema de salud. No soy un experto, repito, es más válido tu punto de vista, pero creo que estamos en la misma onda. Un saludo
ResponderEliminarCreó que la búsqueda de esa alineación siempre estará imponiéndose en el mejoramiento conntinuo, hay que tratar se encontrarla día tras días, creó que no hay exceso de empatia, al contrario, debemos dar un poco más y lo deberá entender el sistema de Salud, tiene que considerar esos tiempos tan necesarios para dar esa información al paciente, por lo general el paciente esta tan preocupado por su enfermedad que no es capaz de entender la explicación del profesional con respecto a la información del procedimiento y se deberán buscar otros espacios, también se hace difícil para el paciente y el profesional aceptar la muerte, no la aceptamos, no le decimos al paciente que se puede morir y queremos que firme rápido o en muchos casos lo delagmos a que lo haga la enfermera y no el cirujano tratante. Desde mi punto de vista debemos ser más honesto con el paciente y dejar el miedo atrás de que cuestionen tus capacidades como cirujano.
ResponderEliminarCreó que la búsqueda de esa alineación siempre estará imponiéndose en el mejoramiento conntinuo, hay que tratar se encontrarla día tras días, creó que no hay exceso de empatia, al contrario, debemos dar un poco más y lo deberá entender el sistema de Salud, tiene que considerar esos tiempos tan necesarios para dar esa información al paciente, por lo general el paciente esta tan preocupado por su enfermedad que no es capaz de entender la explicación del profesional con respecto a la información del procedimiento y se deberán buscar otros espacios, también se hace difícil para el paciente y el profesional aceptar la muerte, no la aceptamos, no le decimos al paciente que se puede morir y queremos que firme rápido o en muchos casos lo delagmos a que lo haga la enfermera y no el cirujano tratante. Desde mi punto de vista debemos ser más honesto con el paciente y dejar el miedo atrás de que cuestionen tus capacidades como cirujano.
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